El deseo sublima las cosas en la mente
y las merma y las seca la inercia y la apatía;
los deseos ajenos, adrede o no, nos juzgan,
y se puede juzgar cuando no se desea,
sea que no se juzgue por descuido u omisión;
el deseo es un juez de indirecta sentencia,
afín al subterfugio y que la objeción veda,
ergo, es supervivencia emulando hedonismo.
El deseo nos hace esclavos dependientes
y también nos enseña que es la incompletitud,
y nos hace creer que es placer el alivio;
el deseo proviene de la mente y del mundo,
de no ser congruentes con el mundo y la mente,
los cuales son absurdos por males digestivos.