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La iglesia de los siete demonios

Las breves historias hasta ahora relatadas han tenido lugar en el siglo XXXI, y como el lector habrá podido apreciar, estas historias suelen describir el contexto histórico en el que se desarrollan, pues, el caso de la siguiente historia tiene que ver es con las religiones, que como ya había mencionado, se mantuvieron en pie a pesar del tiempo y los cambios sociales que tuvieron lugar luego de que el hombre abandonara el planeta tierra; a pesar de que las religiones se han dado naturalmente en todas las culturas a lo largo de la existencia de la humanidad se tiene documentado que estas no siempre han estado en movimiento en relación con sus máximas figuras, es decir, que el flujo de profetas, mártires o dioses que han pasado a la historia de dichas religiones en algún momento ha cesado y dichas religiones han seguido sus actividades sin que nuevas figuras enriquezcan su historia, pues, luego de abandonar el planeta tierra surgió un renacimiento filosófico debido al conocimiento a posteriori que se alcanzó con la relativa conquista del universo más próximo, y aunque las religiones no se pronunciaron públicamente acerca de este hecho histórico y de los sucesivos avances tecnológicos, un notable flujo de pensadores, gurús, filósofos y místicos tuvo inicio a mediados del siglo XXVII, este movimiento se debió en parte al nuevo estilo de vida al que los conduciría la revolución científica tanto para bien como para mal.

El protagonista de la siguiente historia es Aldo, este hombre cuenta con 50 años de edad, vive en el planeta Marte, en un país cuyo nombre es Corinto y su casa está ubicada exactamente en el distrito No.7, en la cual vive una vida ascética y solitaria; Aldo es maestro de filosofía y entre sus méritos se encuentran el haber publicado un sin número de libros acerca de cuestiones filosóficas concernientes al nuevo orden mundial marciano, libros acerca de la filosofía del arte y cómo criticar el arte de manera objetiva, además de libros que tratan acerca de sus pensamientos filosóficos en relación con las doctrinas de algunos pensadores, místicos y filósofos antiguos y contemporáneos considerados como tal desde la conquista de Marte y el haber sido maestro personal de presidentes y emperadores. Aldo conoció a Fedro en Urano hace ya unos 6 años, en relación con Fedro se puede decir que es un sacerdote perteneciente a La Iglesia de los Siete Demonios, y en relación con esta iglesia se puede decir que es una institución religiosa fundada a finales del siglo XXII en el planeta tierra; esta iglesia profesa la racionalización de las creencias religiosas como una necesidad atemporal del hombre, como también profesa la necesidad del culto, del misterio y de la idolatría. Como lo dije anteriormente, Aldo conoció a Fedro en Urano, pues, en aquel entonces Fedro se encontraba por orden y auspicio de La Iglesia de los Siete Demonios recolectando artilugios religiosos para vender en subastas y haciendo unas investigaciones sobre la crisis mundial en ese planeta, el cual en la actualidad está casi deshabitado por poseer un clima inadecuado para la vida humana a pesar de todos los recursos tecnológicos que responden a este tipo de necesidades, pues, según las declaraciones de los medios de comunicación; Aldo por su parte se encontraba en Urano porque es de ese tipo de personas aficionadas a viajar constantemente, y gracias a que las noticias habían documentado la hecatombe, pues, Aldo decidió que quería vivir en carne propia ese momento histórico en el que la gestante sociedad de Urano comenzaría a evacuar el planeta, además de aprovechar la ocasión para conseguir documentos, artilugios y testimonios como parte del material que utilizaría en algunas de sus futuras obras literarias. Aldo y Fedro se conocieron exactamente en una de las estaciones del metro de Alameda, uno de los tres grandes estados formados en Urano, pues, mientras Aldo esperaba el metro vio aparecer a Fedro, e inquietado por el porte y la vestimenta de Fedro se acercó a él para preguntarle si era una especie de ocultista y, para su sorpresa, éste lo reconoció gracias a la pequeña pero significativa fama de Aldo en el mundo literario, luego ambos mantuvieron una conversación que se extendió no solo en el metro sino también por algunos meses mientras ambos concluían sus respectivos asuntos, y al final quedaron de contactarse vía internet para futuros encuentros o para cualquier novedad que resultase acerca de sus mutuos intereses. Hace dos meses poco más o menos Fedro publicó en su sitio web que había sido trasladado a la sede marciana de La iglesia de los Siete Demonios en Corinto para oficiar allí sus ceremonias religiosas, y Aldo no tardó en escribir a Fedro que sería grato verse de nuevo en persona y ambos concretaron una cita.

Es martes y es el día en que Aldo irá a visitar a Fedro, son las 2:00 pm, el día está grisáceamente nublado y una llovizna abúlica se cierne sobre la parte sur de Corinto; Aldo está vestido con una camiseta manga larga y semi formal de color negro, esta no posee botones, es gruesa y de cuello alto, también luce un elegante pantalón negro y tanto la camiseta como el pantalón están levemente ajustados al cuerpo, sus zapatos son de un opaco y negro cuero y además luce numerosos anillos en sus manos; en relación con el aspecto de Aldo se puede decir que es un hombre alto, mide aproximadamente 1,80 m, su tez es de color blanquecino y su textura es farinácea, su cabello es corto, grueso, liso y de color negro y está cortado meticulosamente, sus cejas son gruesas y están naturalmente organizadas, sus labios son purpurinos y semi carnosos, su nariz tiene una forma levemente irregular y a un mismo tiempo es delgada y afilada, sus ojos son negros y meditan tranquilamente en la perpetua oscuridad de las ojeras que revisten sus cuencas, está afeitado al ras y el resto de su cuerpo posee una contextura enjuta. Aldo ha dejado el computador encendido para escuchar las noticias, de momento el presentador habla acerca de una persecución en la quinta avenida del distrito No.11, y Aldo escucha atentamente las noticias junto con el susurro pluvial mientras se sirve algo de café; el departamento de Aldo está repleto de pinturas siniestras, de libros y revistas culturales esparcidas desordenadamente por todas partes, de artilugios esotéricos y curiosidades arqueológicas que ha conseguido en subastas y mercados de dudosa reputación. Aldo se sienta en un asiento al frente del escritorio, lugar donde está ubicado el computador y escribe: “Fedro, estaré en la iglesia en media hora poco más o menos”, a lo que Fedro responde, “Listo, estaré atento a tu llegada”, pues, Aldo termina de organizar algunos documentos en el computador mientras se toma el café junto con un par de huevos y lonchas de tocino, y luego de terminada la merienda Aldo activa una lista de reproducción con sus canciones favoritas, apaga la luz y parte rumbo a la iglesia. Aldo entra en un carro de color blanco, de porte simple pero solemne, se sienta en uno de los asientos traseros de este y dicta la dirección al computador del carro para que este lo lleva a su destino y el carro arranca; Aldo observa por la ventana del carro el fluir de las personas, de los carros y de la metrópolis misma hecho una mancha ininteligible por la velocidad del movimiento y su calor corporal hace que los vidrios del carro se empañen. Luego de un rato Aldo llega a La iglesia de los Siete Demonios, la cual está ubicada al frente de una avenida repleta de rascacielos y de una considerable contaminación auditiva, pues, el carro de Aldo se detiene en la entrada de la iglesia y Aldo baja la ventana del carro y presenta su cédula a un androide que cumple la función de guarda de seguridad, y luego de que el androide verifica la identidad de Aldo, el cual ya estaba anunciado en la portería, procede a abrir las puertas y a devolver la cédula a Aldo, Aldo toma su cédula y sube la ventana del carro, luego el carro entra y recorre un largo sendero en el que se aprecian algunos monumentos de los personajes más sobresalientes de dicha iglesia y una variedad de flora que está acompañada por un cartel que reza sus respectivos nombres científicos. Después de llegar al parqueadero Aldo se baja del carro y se dispone en dirección a la iglesia; en relación con el aspecto de la iglesia se puede decir que es una edificación que ha sido construida inspirada en las más íntimas intenciones religiones, pues, esta está subdividida en diversas secciones, entre las que se destacan una biblioteca exclusiva para autores dedicados a temáticas lúgubres, esotéricas o filosóficas, cuenta también con diversos auditorios que se utilizan para conversatorios, exposiciones y conciertos, además de poseer un museo que exhibe la historia de La Iglesia de los Siete Demonios no solo en Corinto y en Marte sino también en otros planetas, además de una vasta cripta subterránea en la que se encuentran los restos de siniestros personajes marcianos que han pertenecido a dicha iglesia y, por supuesto, el templo religioso en el que se ofician misas diariamente. Luego de haber recorrido el parqueadero bajo la llovizna Aldo sube unas escaleras que están en la entrada de la iglesia, pues, entra en la iglesia y se encuentra con Fedro, ambos personajes se saludan con un apretón de manos y luego ambos se disponen a caminar por el ala derecha de la iglesia; en relación con el aspecto de Fedro se puede decir que es un hombre de aspecto espiritual e intelectual, mide aproximadamente 1,76 m, la contextura de su cuerpo es medianamente atlética, su cabello es largo, brilloso y ondulado, de textura etérea, de color miel y de una extensión que abarca por completo su espalda, sus ojos son de color rojo, sus cejas son finas y están naturalmente organizadas, sus labios son pequeños, lívidos y áridos y está minuciosamente afeitado, además está vestido con un traje formal de color negro, una camiseta de color negro y cuello redondo debajo de un blazer abotonado, una correa negra y delgada adornada con una fina hebilla de oro, un pantalón negro con pliegues frontales y unos zapatos negros de punta afilada y, además, cuenta con 39 años de edad. «Señor Aldo, ¿cómo ha estado?», pregunta Fedro, «muy bien, gracias, ¿y usted?», responde Aldo gravemente y pregunta, «bien», responde Fedro con laconismo, «eso es lo importante», comenta Aldo y continúa, «he notado que tus publicaciones en internet son siempre cosas acerca de la iglesia y nunca cosas acerca de tu vida privada», «bueno, esta iglesia suele ser muy liberal en ese sentido, con la vida privada y ese tipo de asuntos, más sin embargo es común que los miembros de esta religión posean una faceta harto grave y de lo cual yo no soy la excepción, de modo que mi reserva se debe es a una elección personal y no a una imposición», responde Fedro mientras ambos caminan y observan pinturas y esculturas de demonios, de personajes místicos y de escenas de las sagradas escrituras de dicha religión, las cuales estaban sumidas en las sombras y resaltadas por la tenue iluminación que se filtraba por los ciclópeos vitrales de la iglesia, «volviéndote a ver reafirmo mi impresión de que es notable tu porte y tu actitud ocultista», comenta Aldo retomando la charla, «dices, en palabras más castizas, que te extraña que exhiba mi carácter ocultista y que posea una faceta filosófica, y que siendo tu caso el de un filósofo que posee una faceta ocultista, pues, llegas a la conclusión de que somos el mismo individuo pero con una de las dos facetas declaradas, al punto de que una de las dos ha sido el oficio al cual hemos consagrado nuestras vidas», responde Fedro, «en ningún momento he dicho tales cosas», exclama Aldo y agrega, «sin embargo, opino que el gusto por la razón o por lo oculto es más que todo una fijación, una fijación como la que los artistas tienen con la belleza, y que a veces se pretende teorizar o justificar dichas fijaciones, o sea, en el caso del ocultismo lo que sucede es que a una tendencia ingénita por lo siniestro se le atribuyen magnos significados, y en el caso de la filosofía lo que sucede es que nunca ha sido un misterio que cualquier individuo puede razonar en pro de lo que le cautiva y en contra de lo que le importuna», «seguramente», responde Fedro mientras invita a Aldo a sentarse en uno de los bancos destinado para la congregación y ambos se sientan. «No creo que el término “fijación” sea equívoco para este caso», dice Fedro, retomando el hilo de la conversación y prosigue, «pues, muchos asuntos se apoderan de la mente humana, como la ambición o la vanidad, y siendo la lógica tan simplista a cada quien le parece que su fijación es contundente en extremo; en mi caso y en el caso específico de la religión puedo decir que la cuestión radica en la necesidad del ritual y del misterio porque no es la mera protección de una entidad imaginaria, porque para eso existen las armas o la policía, es la necesidad de un ente superior. Este caso se me antoja muy similar al de la educación pública, que como ya sabemos ha sido desde siempre obsoleta y reemplazable por las tradicionales clases particulares o por el aprendizaje autodidacta mediante las bibliotecas o el internet», «es el pathos la razón por la cual nunca se le han dicho este tipo de cosas a las iglesias de la senda de la luz», objeta Aldo y continúa, «porque en relación con el ejemplo de la educación pública se puede afirmar que si las personas pueden aprender en conjunto también lo pueden hacer en solitario, por lo que los planteles educativos son obsoletos en este aspecto, como ya lo dijiste, e igualmente los rituales de alabanza y todas las demás pasiones religiosas pueden realizarse tanto en la iglesia como a solas, de lo que se deduce que la iglesia es innecesaria, y si esto es así, ¿por qué las cosas han sido como han sido?, pues, todo apunta a que en verdad hay una necesidad de culto y de ritual, porque si no se le encuentra sentido a aprender en conjunto lo que se puede aprender en solitario ni a realizar rituales en conjunto cuando se pueden realizar a solas, el sentido sería que tanto la educación pública y la iglesia son instituciones basadas en la necesidad del ritual, un ritual de carácter colectivo, y esto, claro está, dejando de lado las conspiraciones y los significados ocultos e impronunciables en los que se escudará principalmente la religión», «un ejemplo que encuentro más ilustrativo es el de la sexualidad: aparte de los atributos físicos de los amantes, muchas personas encuentran cierto deleite en experimentar una sensación de depravación o de sublimidad en sus relaciones sexuales», afirma Fedro y continúa, «y esto es similar a lo que sucede en las iglesias en relación con la sensación de benignidad o de malignidad, por lo que no quiero que subestimes el término “ritual”, porque en ciertas instancias las fijaciones de las personas pueden adquirir proporciones mentales superlativas», «recuerdo que una vez…», dice Aldo, hace una leve pausa y continúa, «yo estaba en el Coliseo en uno de esos shows de lucha libre, no sé si alguna vez has asistido, el caso es que habían unos hombres en el público fornicando con tres mujeres, pues, de aquellas que se presentan como parte ornamental del show, y resulta que de un momento a otro estos individuos comenzaron a comérselas vivas», «¿y qué pasó?», pregunta Fedro fríamente, «terminaron por comérselas hasta dejarlas hechas un montón de huesos con algunos jirones de carne sanguinolenta; Fedro…pienso que este suceso tiene algunas particularidades que pueden ilustrar nuestros razonamientos, pues, pienso que ese acto funciona de la misma manera que funciona la catarsis de los rituales colectivos, y pienso que no hubiese surtido el mismo efecto si dicho acto hubiese sucedido en solitario», explica Aldo, «convengo en ello», expresa Fedro, «también opino que comer carne cruda, medio tibia y sin ningún tipo de guisante no es algo que pueda considerarse apetitoso, por lo que deduzco que tu comentario acerca de que no subestime las dimensiones que pueden alcanzar las fijaciones, sean coherentes o no, se ve reflejado en esta anécdota; además opino que aparte del efecto del ritual en masa de esta anécdota también se puede señalar como factor clave la sensación de malignidad», concluye Aldo. «No olvidemos el tema de la idolatría», comenta Fedro cambiando el tema y prosigue, «siendo la religión un hecho o una ficción, es innegable que las personas adeptas a una religión practican la idolatría mediante las oraciones, los cánticos e inclusive los sacrificios, y que si negáramos la religión como un hecho, es decir, con la existencia de todos los ángeles, demonios, infiernos o paraísos, lo cierto es que el deseo de un culto idólatra ha sido genuino aunque se afirme y compruebe que ha sido basado en una mentira o que todo se resume a una serie de metáforas y alegorías indescifrables», «lo que quieres decir, Fedro…», comenta Aldo mientras ambos centran su atención en el ensayo del oscuro coro de la iglesia, «es que el sentir del creyente es real aunque la religión sea un invento o una alegoría», «y aunque la religión fuera un embuste esta se mueve también por compatibilidad de caracteres y estilos de vida», objeta Fedro y prosigue, «lo mismo sucede con la imaginería religiosa o con las representaciones, que si bien nadie ha confirmado que los demonios o los ángeles sean representaciones, pues, en el caso de que lo fueran sería congruente concluir que se trata de la naturaleza espiritual de las personas», «del mismo modo que procede la ficción en la literatura», comenta Aldo, «aunque la literatura tampoco ha confesado que la ficción trate de representaciones», objeta Fedro, «no lo ha confesado», responde Aldo y agrega, «además que dichas imágenes podrían hacerse en solitario pero deduzco que la explicación a esto es la misma de la anécdota acerca del canibalismo en el Coliseo, es decir, que todo se resume a una catarsis pública», «tú lo has dicho», responde Fedro, y luego ambos se detienen un momento para escuchar el susurro mesurado de la llovizna acompañado de los truenos y los cánticos corales, y para observar el claroscuro de los visitantes que deambulan por la iglesia. «El ateísmo es otro asunto que persigue a las religiones, me figuro que las alegorías son una especie de vacuna contra este tipo de posturas», comenta Aldo rompiendo el silencio, «Aldo, la cuestión es muy elemental, surgen incongruencias porque estamos hablando, primero que todo, de la claudicante naturaleza humana y su esquivo intelecto y, segundo, porque la religión es un negocio», responde Fedro, «no puede ser de otra manera», exclama Aldo y prosigue, «esta discusión me recuerda la ley de atracción, posiblemente estas y otras críticas se inspiran en la grandilocuencia sinigual a la que se han entregado de manera pasiva las religiones, ¿no lo crees así?», «sí, estoy de acuerdo con tu dictamen en el punto de que las religiones son en extremo grandilocuentes», responde Fedro y continúa, «más sin embargo La Iglesia de los Siete Demonios dice al respecto que este tipo de actitudes altivas pueden practicarse siempre y cuando quienes las practiquen no se vean involucrados en asuntos legales y que inculpen a la iglesia, también dice que estas actitudes son un rasgo connatural de las personas y que la filosofía no puede cambiar, y dice que el hecho de que una persona se comporte de dicha manera no quiere decir que sea una persona egocéntrica y, en contraste, también dice que el hecho de que una persona posea un temperamento parsimonioso no significa que no sea altiva o vanidosa, pues, como tú lo acabas de expresar, las religiones, más que ninguna otra institución, han ostentado tanta solemnidad a pesar de sus altruistas intenciones, dice además que las personas son libres para comportarse como les plazca y que comentarios como el tuyo pueden crear una atmosfera represiva, sea para que las personas sean humildes a la fuerza o para que sean altivas artificialmente», «lo acabo de notar, es decir, eso de que puedo crear una atmosfera represiva con mi comentario», opina Aldo, pensativo, «además de que es una falacia», reanuda Fedro, «que las religiones sean graves en extremo no dice nada a favor o en contra de estas», «concuerdo contigo», responde Aldo; y luego Fedro invita a Aldo a caminar por las instalaciones de la iglesia y ambos se levantan del banco y se disponen en dirección a una puerta mientras Aldo observa algunas proyecciones de escenas religiosas en la alta bóveda de la iglesia.

Luego de pasar por una puerta Aldo y Fedro penetran en un neblinoso pasillo sostenido por pilares, cuyo techo es de la misma altura que el de la iglesia y del cual pende una hilera de lámparas de fuego, este pasillo mide alrededor de 12 metros de ancho y está alfombrado con una alfombra negra, además, a un lado del pasillo se encuentra una pared de color blanco y al otro lado del pasillo hay un prolijo jardín en el que ondea un ceniciento césped. «¿Qué es la depravación?», pregunta Aldo, «la depravación no es otra cosa que la desviación y/o la adulteración de lo que es natural…me explico, que un asesino salve vidas es algo depravado, que la filosofía no razone es algo depravado, sin embargo, hay asuntos que se entienden universalmente como depravados como la drogadicción, pues, la gente dice que es natural que el hombre busque el placer, mas no es natural que este placer lo subyugue y lo consuma, y es más, el depravado, aparte de gozar de sus fetiches, necesita aspirar el aroma de la malignidad y sus sentidos producen este aroma en relación con sus prejuicios», responde Fedro, «es decir que sin prejuicios la depravación se debilita», sugiere Aldo, «se debilita en el sentido poético pero el vicio sobrevive», objeta Fedro, y de pronto, Aldo alcanza a percatarse de la presencia de unos hombres que pasan por su lado y los cuales están vestidos con blancas ropas anchas y capuchas, «Fedro…¿qué son esos seres?», pregunta Aldo intrigado, «son hombres y no están muertos, tengo entendido que a basa de ciertas prácticas han logrado vivir más de lo normal y que su edad ronda los 500 años», Aldo se detiene absorto mientras asimila un aroma que nunca antes había olfateado a la vez que observa el rojo firmamento marciano, «sigamos», propone Fedro, a lo que Aldo obedece, «intuyo que la depravación se censura a modo de precaución, pues, con el fin de modelar la naturaleza del hombre en razón de que esta no se deforme, además pienso que el sentido común es una de las herramientas clave para modelar esta naturaleza», opina Aldo, «explícate», dice Fedro, «por supuesto», responde Aldo y continua, «la ambición, por ejemplo, ha llevado al hombre a la creación de la sociedad, y la ha creado puesto que le es posible, y el hombre no piensa en crear el universo puesto que no le es posible, ¿no es así?», «posiblemente…», responde Fedro, «es decir que mientras el hombre desee aquello que le es posible su ambición será saludable y coherente, pero si esta se deprava terminará subyugándolo y consumiéndolo como el ya citado caso de la drogadicción», añade Aldo, «convengo en ello», responde Fedro, «pero miremos el asunto desde otro ángulo», sugiere Aldo y prosigue, «¿quién no se ha imaginado a sí mismo destruyendo la mismísima creación en un arranque de ira?», «yo no, pero resulta sencillo figurárselo», responde Fedro, «bueno, ¿y donde quedarían nuestras emociones cuando no podamos hacer otra cosa que crispar nuestros puños?», inquiere Aldo, «en la inopia», responde Fedro, y luego vuelve a pasar otro grupo hombres vestidos de la misma manera que los anteriores, «es como si la idea de los aliens se hiciera real», comenta Aldo y pregunta, «¿son muchos?», «no lo sé», responde Fedro con algo de vaho saliendo de su boca a causa del frío, «bueno, no importa», comenta Aldo, «prosigue, por favor», dice Fedro, «y es necesario que la filosofía moldee hasta donde le sea posible nuestra naturaleza para no resultar vulnerados con semejantes tumores emocionales, los cuales son efecto del deprave, y saber diferenciar entre la objetividad y la deformidad», argumenta Aldo, «en relación con el ejemplo de la creación de la sociedad quiero expresar que no todo en la sociedad tiene el mismo mérito, aún con el entendimiento de que existen distintas clases de mérito, además de que la sociedad es un cúmulo de creaciones individuales y la forma en la que lo expresaste da la impresión de que una persona debe inspirarse para hacer su trabajo individual basado en un trabajo colectivo», comenta Fedro, «excelente», exclama Aldo, y luego vuelve a pasar otros grupo de hombres vestidos de la misma manera que los otros, «¿son inmortales…?», pregunta Aldo con incredulidad y aguantando la respiración para no inhalar el olor invasivo de aquellos individuos, «no, no son inmortales», responde Fedro y agrega, «no sé qué los motiva ni quién está detrás de ese fenómeno pero me imagino que el tema de la inmortalidad tiene mucho que ver, hoy en día ese tipo de ideas han tomado un realismo nunca antes visto y cada vez se hacen más y más posibles», «de modo que la inmortalidad se encuentra gestante en el seno de la iglesia de la oscuridad, que irónico», comenta Aldo, «no quiero sacar conclusiones apresuradas, pero si ese fuese el caso me imagino que las razones por las cuales esas personas se encuentran internadas aquí es por  los procedimientos que se deben estar utilizando», «entiendo…», comenta Aldo.

Aldo y Fedro llegan a un gran salón de aspecto imperial y se disponen en dirección a un ascensor, luego Fedro llama el ascensor y ambos esperan algunos segundos, luego el ascensor llega y se abre la puerta, pues, entran y la puerta se cierra, Fedro dirige el ascensor al piso 14 y ambos vuelven a esperar en silencio por algunos segundos, luego la puerta se abre y Fedro y Aldo penetran en otro salón que está conectado a la terraza y ambos recorren el salón para salir a la terraza. Ya casi van a ser las 6:00 pm y el cielo de Marte se presenta ya despejado y con un intenso rojo y acompañado de una gigantesca luna que parece palpitar frente a Aldo y Fedro. «Qué hermosa vista», comenta Aldo, «sabía que te gustaría», responde Fedro, «¿y en qué íbamos?», pregunta Aldo y reanuda, «ah, sí…pienso que el pecado es la sublimación de lo depravado», «sé a dónde quieres llegar pero prosigue», responde Fedro, «pienso que un término más adecuado para el pecado es “error” pero no se le llama así sino pecado por el prejuicio moral, además pienso que la intensidad de este prejuicio genera una energía simbólica que bien puede complacer a quien perpetra el pecado o irse en su contra, que es lo que conocemos como cargo de consciencia», argumenta Aldo, «en otras palabras se puede decir que sin prejuicio no hay pecado sino error y que sería dificultoso sentir placer por un error», opina Fedro, «también se puede decir que el pecado podría no ser un error sino un acierto», responde Aldo, «podría darse el caso, es por eso que existen las iglesias de la senda de la luz y las iglesias de la senda de la oscuridad, porque eventualmente resultan discrepancias intelectuales y emocionales en relación con la religión», objeta Fedro, «y qué me puedes decir acerca del sexo en relación con el pecado?», inquiere Aldo, «opino que el tema del sexo en relación con el pecado se resume de la misma forma que el tema de la depravación, o sea, que las personas pueden deformar su naturaleza con deseos irrealizables y que en última instancia puedan ser hirientes tanto con ellos mismos como con los demás», argumenta Fedro, «magistral», exclama Aldo, «y encima, el sexo posee una naturaleza banal y efímera, pues, luego del calvario pasional el sexo caerá en una inevitable futilidad, la cual puede desilusionarnos o desilusionar a los demás», concluye Fedro, «es decir que el sexo se censura porque puede avergonzarnos con sus exigencias y defraudarnos con su caducidad y con su intrascendencia», opina Aldo, «en el peor de los casos…», responde Fedro.

Luego hay unos minutos de silencio en los que Aldo y Fedro contemplan el paisaje; «¿has visto la gente del planeta tierra?», pregunta Fedro, «sí», responde Aldo observando la neblinosa metrópolis, «considero que hemos cambiado mucho y que esto se debe al cambio de ambiente», comenta Fedro, «sé a qué te refieres…», dice Aldo, «lo que sucedió en Urano no fue solo una cuestión ambiental», dice Fedro, «el planeta los cambió…y es posible que haya sucedido lo mismo en otros planetas», responde Aldo, «a veces sospecho que la falta de música y de iluminación nos impide convencernos de lo evidente», afirma Fedro y pregunta, «¿hay algo más que quieras decir?», «no podemos comprobar ninguna de estas conjeturas pero creo que las cosas sucedían a una velocidad distinta en Urano, no podría ni siquiera insinuar si eran más rápidas o más lentas de lo normal», responde Aldo, «¿algo más?», inquiere Fedro, «no», responde Aldo fríamente.

Instinto de supervivencia

Alejandro es un militar que luego de haber terminado su carrera en el ejercito se dedicó a la lucha libre, cuenta con 39 años de edad y vive en Marte, en un país cuyo nombre es Lido. La carrera militar, como otros oficios que ya he mencionado, subsiste a pesar del tiempo y los avances tecnológicos a causa de que los androides utilizados para asuntos militares, ya sea como armas, como espías o como hackers son en suma costosos y mucho mas para este tipo de oficios, por lo que no se utilizan como un ejercito sino como un grupo destinado a las situaciones mas inminentes, como por ejemplos los casos en los que es necesario utilizar armas de destrucción masiva o en su defecto, puestos en los que haya que encargarse de cantidades superlativas de información. Alejandro que estaba mas inclinado por lo bélico y por el combate que por las diferencias políticas y los intereses del estado, decidió someter su cuerpo a diversas cirugías con el fin de potenciar sus capacidades físicas, y a pesar de las cicatrices que relata la historia acerca de dichas ambiciones, la tecnología y la medicina habían alcanzado honrosos avances y ganado una considerable reputación al respecto, y no solo desde el punto de vista de las instituciones relacionadas con el ámbito de la salud y que están avaladas por las entidades gubernamentales que se dedican a la supervisión de dichas materias, sino también por los mitos que con los siglos se acumularon en la cultura popular acerca de los casos en que dichos experimentos parecían haber tenido excepcionales resultados. Alejandro vive en un apartamento en el piso 89 de un pabellón junto con su concubina Ashley, en relación con el aspecto de Alejandro se puede decir que es un hombre alto, mide aproximadamente 2,11 m, su cabello tiene un tono grisáceo a causa de la presencia de canas, su textura es rebelde y voluminosa y brilla con la fiereza de una melena de acero, además de que su extensión desborda levemente la altura de los hombros, sus cejas son espesas y desordenadas y mantienen en erección, dotando a Alejandro de una apariencia de atención perenne, la fiereza de sus negros ojos se reafirma con los nudos de venas que palpitan en sus escleróticas, además de que están hundidos y por lo común ocultos en las sombras, dando así la impresión de que no los posee, su nariz es rectilínea, sus labios son rojos y desérticos, el tono de su piel es crema y su textura férrea, y su barba que cubre su prominente mandíbula y que cae severamente hasta la altura de su corazón, es negra y caóticamente encrespada, su espalda está cruelmente dilatada y los músculos de esta están meticulosamente cincelados, también hay que decir que sus brazos están ornados de una vellosidad similar a los alambres de púas y los músculos de estos se delinean con la misma severidad que los de su espalda, además que un algorítmico velo de venas los recubre, sus pectorales que son como muslos llevan tatuado un triángulo y sus abdominales que son como lingotes de oro comienzan a exhibir una telaraña de venas que emerge de su pelvis, y está vestido únicamente con un holgado pantalón blanco, y es de esta manera en la que Alejandro suele presentarse al público.

Ya pronto va caer la noche y Ashley y Alejandro se preparan para ir al Coliseo; por su parte, Ashley es una mujer de 22 años de edad que decidió vivir con Alejandro por atracción sexual y porque su estilo de vida era lo suficientemente liberal para su carácter, no sin olvidar que el estatus social que le brindaba el negocio de la lucha libre a Alejandro era a fin con el statu quo de Ashley; de Ashley se puede decir que es hija de un escritor y de una abogada, ambos oriundos de Venus, en relación con su aspecto se puede decir que es una mujer de estatura promedio, 1,70 m, poco mas o menos, su cabello es estrictamente lacio y blanco y su extensión alcanza la altura de sus nalgas, su tez es de un tono blanco polar y la textura de esta nos recuerda la antiguas porcelanas, sus cejas son esbeltas, sus ojos son verdes e inmaculados y longas sus pestañas, su nariz es pequeña y afilada, sus pómulos son voluptuosos y mantienen de continuo sonrosados, sus labios son níveos, opacos y carnosos, su cuello es delgado como el de un pavo real, sus tetas tienen la suavidad del amor y están bañadas por un manantial de tenues vasos sanguíneos y arterias que se pronuncian con mas ardor en sus vastas areolas, además de que el tamaño de estas alcanza la altura del ombligo como si fueran un par de cojines celestiales, su abdomen exhibe la lozanía de la infancia y el vigor de la juventud en un solo sitio, su vagina mantiene en el clímax de la primavera a base de tratamientos con ungüentos y pastillas al igual que su ano, el cual se encuentra sepultado bajo un enorme y esferoidal nalgatorio, y sus muslos que son esbeltos tienen la firmeza y la frescura que segrega el ejercicio madurado. Ashley, que estaba desnuda en la desordenada habitación en la que duerme con Alejandro, termina de colocarse una minifalda de látex y de color negro, luego se agacha para calzarse unas botas negras de tacón alto y que exceden la altura de sus rodillas, luego se pone un brasier de color negro por el que se desbordan levemente sus tetas y una chaqueta militar que pertenece a Alejandro, la cual deja totalmente abierta, además de colocarse candongas, sortijas y cadenas; luego de haberse vestido, Ashley se ubica al frente de un gran espejo circular, pinta sus labios de morado al igual que sus parpados y se aplica pestañina en las pestañas y base en el rostro, luego agarra una cajetilla de cigarrillos y un encendedor que se encuentran en el revoltijo de la cama y sale de la habitación. Ashley recorre un pasillo tenuemente iluminado y que conecta al dormitorio principal con la sala de estar que está ubicada al frente de la cocina mientras enciende un cigarrillo y tararea una canción que ha puesto Alejandro y que retumba en el apartamento; por su parte, Alejandro ya está listo para partir al Coliseo, este está descalzo, sin camisa y con el pantalón blanco de costumbre, Ashley se acerca a Alejandro por detrás y le mete ambas manos en el pantalón, con una mano le revuelve los testículos y con la otra mano lo masturba, «¿estás listo?», le pregunta Ashley a Alejandro, «si, vamos», responde fríamente Alejandro mientras saca un bote de pastillas de la despensa, luego lo abre y saca algunas pastillas de este, se las traga de un jalón y vuelve a poner el bote en su sitio, luego ambos salen del apartamento y bajan en un ascensor hasta el parqueadero, suben al carro de Alejandro y parten hacia el Coliseo.

El show de lucha libre dará inició a las 9:00 p.m., y Alejandro y Ashley van a toda velocidad por la avenida, en relación con el carro de Alejandro se puede decir que es un carro descapotable de color rojo, el cual Alejandro prefiere manejar manualmente, además hay que comentar también que Ashley suele practicarle sexo oral a Alejandro mientras este maneja, y no solamente por el relativo exhibicionismo que esto implica, sino que también suele filmarse para publicar en directo las felaciones en las redes sociales a las que esta suscrita. Luego de una hora y media de trayecto a toda velocidad por las avenidas de Lido, es decir, la ciudad en la que viven Ashley y Alejandro, ambos llegan al Coliseo, lugar donde trabaja Alejandro como luchador; hay que aclarar que el Coliseo y sus alrededores son territorio de una oscura jurisdicción, y que este es un lugar fúnebre y criminal, lo suficientemente poderoso como para aplacar a la policía y lo suficientemente irrelevante como para no ser atacado con armas de destrucción masiva. Alejandro y Ashley se bajan del carro y abriéndose paso entre la voyerista multitud caminan hasta una entrada destinada para las personas que trabajan en el Coliseo, y luego de presentar una identificación a los androides encargados de la entrada ambos penetran en el lugar; Ashley y Alejandro recorren un oscuro pasillo tomados de la mano, y al cabo de algunos minutos llegan a un cuarto donde hay un ascensor, pues, entran y suben al tercer piso del Coliseo, luego salen del ascensor y llegan a un despacho donde Alejandro anuncia su llegada con una tarjeta en un dispositivo, luego procede a saludar con apretones de mano y abrazos a algunos conocidos y hecho esto, entran en un camerino donde Alejandro se pone a conversar con algunos de los encargados del Coliseo mientras que Ashley se queda sentada en un sofá; en el lapso de tiempo en el que Alejandro y aquellos hombres de negocios discutían, Ashley se había quedado admirando a los luchadores que se encontraban en el camerino, admirando sus aspectos infernales como consecuencia de la manipulación genética para este tipo de fines o de la alteración de sus cuerpos mediante la tecnología androide y en especial, el maligno tamaño de sus miembros viriles, y todo esto bajo el influjo de la infernal música de fondo que sonaba para los combates y que se unía con las maldiciones e imprecaciones del narrador y con los rugidos ininteligibles y sedientos de muerte por parte de la audiencia. Ya a las 9:00 p.m., y habiendo terminado Alejandro su conversación con aquellos hombres, el narrador anuncia el nombre de los siguientes luchadores, entre los que figuraba el nombre de Alejandro, este se dispone para salir al combate y Ashley lo besa en la boca apasionadamente. La pareja sale del camerino y ambos vuelven a recorrer el concurrido despacho por el que ya antes habían pasado y Alejandro parte por un oscuro pasillo que conduce a la arena del Coliseo mientras que Ashley sube en ascensor al palco. Alejandro sale a la arena del Coliseo caminando decididamente y animado por las blasfemias inconexas de la multitud, y Ashley, por su parte, se acomoda en el palco junto a otras personas afines al negocio para contemplar el espectáculo; por otra parte, el Coliseo es una edificación al aire libre y que tiene capacidad para 700 000 personas poco más o menos, también es necesario describir otros asuntos estéticos de este lugar como que su arena está de continuo plagada de neblina artificial y de cadáveres, además cuenta con juegos de luces que surcan los cielos y las nubes, con tres lanzallamas ubicados en partes equidistantes de la circular edificación, con pantallas gigantes que reproducen los combates y las muertes desde diversos ángulos además de todo tipo de personal humano y androide que ejerce la función de atracción sexual con la que los asistentes pueden interactuar si así lo desean. Cuando Alejandro hubo llegado a la mitad de la arena del Coliseo aparece su contendiente por el extremo opuesto del Coliseo del que ha salido él, caminando precipitadamente y subrayado por las luces del evento, pues, su nombre es Leonardo y se trata de un sujeto cabalmente fornido, alto y de tez oscura, y que está vestido con una camisa roja sin mangas y ajustada al cuerpo, con un pantalón formal de color negro sujetado por una maciza correa y unos zapatos formales de color negro, además de que su cabello está cortado al rape, sus ojos están hundidos y ausentes, su nariz es gruesa y rectilínea, sus labios son violáceos, pulposos y agrietados y su musculosa mandíbula está minuciosamente afeitada, además de que porta una soberbia espada. Ambos luchadores se acercan el uno al otro y el narrador anuncia el inicio del combate: Leonardo desenvaina su espada y en un santiamén le dirige un golpe en línea recta en el estómago a Alejandro, este por su parte le ha detenido la espada con una mano y en un abrir y cerrar de ojos le ha devuelto el ataque utilizando el mango de su espada para golpearlo mortalmente en el esternón, pues, el sistemático ataque de Alejandro hace que Leonardo salga volando varios metros en la arena del Coliseo, y Alejandro que se ha quedado con la espada de Leonardo en su mano, persigue a este por la arena del Coliseo antes de que caiga al suelo y lo frena ipso facto de un puño en el rostro, haciendo que Leonardo impacte brutalmente contra el suelo, y Leonardo que aún tenía el puño de Alejandro en su rostro, agarra el rostro de Alejandro y apretujándoselo atrozmente coge impulso para asestarle una serie de golpes en el abdomen y finalmente le agarra el abdomen, se lo retuerce y se quita a Alejandro de encima, luego Leonardo agarra a Alejandro del pie antes de que este se incorpore y lo levanta por los aires para azotarlo contra el suelo, pasándolo de un lado a otro una y otra vez mientras que la endemoniada horda se descose en risotadas y vulgaridades, luego Leonardo intenta devolver a Alejandro al lugar inicial del combate arrojándolo por los aires, pero este se detiene en el aire y queda levitando, luego respira hondo para calmar la agitación y se limpia el rostro con la mano, pues, Alejandro y Leonardo se miran fijamente a los ojos, suponiendo que el ánimo de matar al otro no venía de lo que el contrario le inspirase sino de la impunidad que les ofrecía el Coliseo en relación con los asesinatos; luego Leonardo también comienza a levitar y ambos luchadores se embisten y se agarran de las manos para hacer que el otro ceda al empuje, y después de unos minutos de forcejeo Alejandro agarra a Leonardo del cuello, lo ahorca y le asesta una serie de puños en el rostro, mientras que Leonardo se agarra con ambas manos de la espalda de Alejandro para impulsarse y le asesta una serie de brutales rodillazos en el plexo solar, ambos luchadores atacan y resisten el ataque del contrario por algunos minutos, y luego de un lapso de tiempo considerable y teniendo en cuenta la mortalidad de los golpes de  Leonardo, Alejandro utiliza las dos manos para estrangular a su  oponente y lo muele a cabezazos hasta que este cae inconsciente y convulsionando a la arena del Coliseo, Alejandro desciende hasta donde se encuentra Leonardo y se encarniza pisoteándolo con una fuerza tal que los golpes retumban en el Coliseo y el público enloquece y, para finalizar, Alejandro busca la espada de Leonardo y luego de encontrarla vuelve hasta donde este se encuentra, lo agarra del pie izquierdo y lo levanta, le arranca de un jalón el pantalón y, abriéndole de par en par sus velludas zancas, comienza a sodomizarlo bruscamente con su propia espada y los lanzallamas del Coliseo anuncian la victoria de Alejandro eyaculando bocanadas de un fuego que intenta quemar el mismísimo cielo.

Luego de un lapso de tiempo el narrador anuncia al nuevo luchador, su nombre es Erick, pues, Erick aparece en la arena caminando rápida y decididamente, levantando los brazos para saludar al público con ademanes de victoria y de supremacía; en relación con su aspecto se puede decir que es un hombre alto, de tez amarillenta, su cabello es estrictamente lacio además de que su extensión cubre gran parte de su espalda, sus cejas son penetrantes y convexas, sus ojos son negros y límpidos y su mirada hostil, su nariz es felina y rectilínea, y sus labios son levemente pulposos, por otro lado, Erick está vestido con una chaqueta negra de cuero, la cual resalta su erecta musculatura, debajo de la chaqueta se entreve una camisa roja, y además luce un jean negro con numerosas rasgaduras y lleva puestas unas botas negras adornadas con barras de platino. Erick, agarrando su espalda, arranca de un jalón su chaqueta de cuero y su camisa en un ademán de poderío, y arroja con ímpetu sus vestiduras en la arena, su torso al descubierto revela innumerables cicatrices, las cuales Erick exhibe con altanería, luego Erick se ubica en frente de Alejandro y el narrador anuncia el inicio del combate: ambos luchadores se ponen en posición de combate analizándose el uno al otro, y luego de un leve intervalo de tiempo Erick se abalanza sobre Alejandro para asestarle un golpe en el rostro, Alejandro por su parte pisa el pie de Erick a la vez que esquiva el golpe, une sus dos manos para coger impulso y le propina un brutal golpe en la cara con el codo a Erick dado que este no podía retroceder porque Alejandro lo estaba deteniendo con el pie, luego Alejandro le asesta un gancho en el estomago a Erick, y luego una sucesión de puños en el rostro con una y otra mano hasta que Alejandro suelta el pie de Erick y este sale volando varios metros en la arena del Coliseo a causa del último golpe; Alejandro queda abriendo y cerrando sus ensangrentadas manos para calma el dolor en sus nudillos, y distensionando sus muñecas haciendo girar sus manos, y Erick, por su parte, ha quedado con el rostro destrozado y chorreando sangre, pues, este se levanta y hace retronar su nuca con una expresión de impasibilidad en el rostro, y luego de ponerse en posición de combate embiste a Alejandro cruzando un tercio de la vasta arena del Coliseo de una zancada pero Alejandro lo esquiva, luego Erick lo ubica mirando por el rabillo del ojo y lo persigue dando otra zancada, pero Alejandro lo vuelve a esquivar, y esta vez mas atento a la evasiva, Erick vuelva a embestir a Alejandro, más ligero, más fuerte y más furioso y Alejandro, que no pudo hacer otra cosa que cubrirse, queda cimbrado por el impacto, no obstante, Alejandro aprovecha el minúsculo lapso de tiempo de inactividad del impacto para lanzar una patada en línea recta al mentón de Erick y este, sin siquiera detenerse a asimilar el azote, comienza una encarnizada plétora de puños a una velocidad superlumínica, a lo que Alejandro responde de la misma manera, pues, el impacto de los mortales golpes sobresale por encima de la música que ameniza los combates y por encima del necrófilo bullicio de la audiencia, y los ensangrentados nudillos chocando los unos contra los otros se difuminan a causa de la velocidad y la lucha sigue sin defensa alguna, atacando y resistiendo ataques, por lo que no pasó mucho tiempo para que la sangre de ambos luchadores comenzara a caer a la arena, como tampoco paso mucho tiempo para que los golpes se hicieran más y más vagos a causa de la confusión que les causaba el impacto de estos ataques, y Erick, que estaba seguro de que ambos morirían si no se detenían, concentra su energía y su enojo en un gancho horizontal a las costillas de Alejandro, y aprovechando el minúsculo estupor de este, se da vuelta y le asesta una patada con el talón en la sien, mandándolo a volar desordenadamente por la arena del Coliseo; Erick, endemoniado por el dolor y ensangrentado, va en busca de Alejandro mientras la multitud vocifera imprecaciones, «¡maricón!», ruge Erick con retorcida vehemencia, refiriéndose a Alejandro, y un momento después Alejandro se levanta del piso chorreando sudor y sangre, como la más espeluznante de las resurrecciones, y luego de que Alejandro se estirara un poco y crispara su puños, ambos se acercan el uno al otro y se ponen en posición de combate; Erick dirige un puño en línea recta al pecho de Alejandro y este esquiva el ataque y agarra el brazo de Erick, lo retuerce y le dirige una serie de patadas al rostro, Erick detiene las patadas con su otro brazo y Alejandro cambia de pie y le asesta una zancadilla a Erick y este cae, luego Alejandro levanta su muslo cual si fuera una espada y le descarga una diabólica patada con el talón en la garganta a Erick, pues, aprovechando la falta de atención y de defensa de este a causa del dolor que le causaba la torcedura del brazo y que se había intensificado con la caída; Alejandro toma aire y se revuelve la melena mientras que Erick se revuelca en el suelo como un parásito, luego se baja el pantalón y deja al descubierto una protuberante verga de aproximadamente 30 cm, luego se acerca a Erick lentamente, le abre con ambas manos la parte trasera de su pantalón, y de un totazo le empotra la tranca por el recto, lo agarra de su longeva cabellera y lo comienza a sodomizar bruscamente, y acto seguido, el Coliseo enloquece entre abucheos, maldiciones y pataletas, por lo que Alejandro intensifica la sexual arremetida arrancándole mechones de cabello hasta el punto de arrancarle el cuero cabelludo; luego de unos 15 minutos poco mas o menos, Alejandro desengarza a Erick de su malsano instrumento, lo agarra del pie izquierdo y lo lanza bestialmente al público cual si fuera el más ridículo de los muñecos y Erick expira entre la multitud. El lanzallamas y el narrador anuncian la victoria de Alejandro, este levanta sus fornidos brazos hacia el cielo y golpea su pecho con dejo primitivo en símbolo de poderío, todo ensangrentado, desnudo completamente y con su tremendo falo chorreando materia fecal.

Luego de algunos minutos el narrador anuncia el tercer y último luchador cuyo nombre es Lawrence, por lo que un momento después aparece el susodicho luchador; Lawrence es un hombre alto y de porte demoníaco, su cabellera que está recogida en la parte donde se encuentra el hueso occipital del cráneo con una cola de caballo, es de color negro y de textura eléctrica y su extensión alcanza la altura de los muslos, sus cejas boscosas son rectilíneas y esconden unos ojos internados en unas moradas cuencas, su nariz es aquilina y sus labios desérticos y sellados, está perfectamente afeitado, su musculatura está tan erecta que se asemeja al acero, y su semblante es en pocas palabras, destructivo y tormentoso, por lo demás, Lawrence ha salido sin camisa y con un pantalón negro similar al de Alejandro y del cual pende una espada. El narrador del evento anuncia el inició del último combate y Alejandro y Lawrence se ponen en posición de combate: Alejandro se abalanza sobre Lawrence con un puño en línea recta, Lawrence lo esquiva y lo desvía con una mano y Alejandro, girándose, le asesta un veloz gancho en el mentón  pero Lawrence logra esquivarlo retrocediendo, seguidamente Lawrence contrataca dirigiéndole un puño al rostro a Alejandro pero este lo esquiva y acto seguido le asesta un puño a Lawrence en el abdomen, dicho golpe no causa ningún efecto en Lawrence y este, por su parte, le propina un tremendo golpe al músculo vasto externo del muslo con la rodilla, luego Lawrence aprovecha el desequilibrio de Alejandro para asestarle un salvaje puño en el rostro, el cual hace que Alejandro salga volando caóticamente por la arena del Coliseo, no obstante, Alejandro clava una mano en la arena para detener el impacto, se incorpora y de una zancada se devuelve con una embestida, Lawrence intenta esquivar la embestida pero Alejandro cambia el rumbo de su ataque con un pisotón en la arena y, condensando el peso de su cuerpo y la velocidad de la embestida en un poderoso golpe, Alejandro clava a Lawrence en la arena, cimbrando por completo el Coliseo, más sin embargo Lawrence se ha cubierto con los brazos y, aprovechando la algarabía del impacto, levanta a Alejandro de una patada en los testículos, y entre salto y giro intercepta a Alejandro en el aire y le encaja una patada con el talón en las costillas, lo cual lo hace salir volando de nuevo y Lawrence, anticipando el mismo movimiento que causó la embestida primera, persigue a Alejandro a la vez que desenvaina su espada, mas sin embargo Alejandro vuelve a detener el impacto frenando en la arena con la mano y se incorpora, Lawrence dirige un golpe horizontal con su espada a Alejandro como si fuera a rebanarlo en dos mitades, y Alejandro reacciona saltando hacia atrás para alejarse, con la certidumbre de que no había ningún punto ciego en aquel ataque, luego Lawrence guarda su espada y se pone en posición de combate mientras que Alejandro se mantiene en una posición ordinaria y ambos luchadores se observan de manera impersonal entre la vorágine de la iluminación y los coros sanguinarios, luego Lawrence cierra sus ojos y embiste a Alejandro a toda velocidad, Alejandro por su parte lo espera con aguzada atención y contrataca en el paroxismo de la atención, luego chocan sus nudillos, sus empeines y sus rodillas, y los desordenados golpes que magullan sus viriles músculos hacen cimbrar el Coliseo, y entre el infierno de agresiones Lawrence pisa el pie de Alejandro y le asesta un brutal gancho en el mentón, Alejandro contrataca impasiblemente con un puño en línea recta y Lawrence se lo desvía con la otra mano, luego le dobla el brazo con la misma mano con la cual le desvió el golpe y se lo parte dándole un golpe con la rodilla en el codo, luego Lawrence vuelve a levantar a Alejandro de una patada en los testículos sin soltarle el brazo, y lo conduce para que caiga detrás suyo, de modo que el brazo quebrado de Alejandro se retuerce sin arrancarse, luego Lawrence se da vuelta y vuelve a golpear a Alejandro en el músculo vasto externo del muslo y este se desequilibra, Lawrence le asesta un atroz pisotón en la rodilla y esta se quiebra y se dobla hacia atrás, Alejandro queda temblando en pie un momento y Lawrence desenvaina su espada y antes de que Alejandro caiga al suelo le destaja la cabeza por el cuello, el Coliseo enloquece y el narrador canta la oscura victoria de Lawrence, luego Lawrence reclina un pie en el cadáver sangrante de Alejandro, se baja el pantalón y comienza bambolear un macropene con una mano mientras que levanta la otra en símbolo de absurdo poderío. Luego de algunos comentarios por parte del narrador acerca del combate y las apuestas, las hermosas comentaristas comienzan a elucidar acerca del hiperbólico miembro viril de Lawrence, y acerca de que este es mucho mas profuso que el pene del difunto Alejandro, y algunos minutos después de terminado el espectáculo, Lawrence se retira de la neblinosa arena entre la apoteósica barahúnda.

Ashley se retira del palco y se dirige al ascensor, baja al piso donde se encuentra el despacho y los camerinos y espera a Lawrence entre la diablesca concurrencia, pues, luego de un rato de espera aparece Lawrence seguido de una turba de periodistas y fotógrafos y termina por entrar al ya citado camerino; Ashley se abre paso entre el gentío y entra al camerino, y luego de ubicar a Lawrence con la vista se acerca a él, se postra a sus pies, se quita la chaqueta y el brasier dejando sus superlativas tetas al aire y le comienza a pedir verga dolorosamente, los periodistas que reconocieron a Ashley centran cómicamente su atención en ella, Lawrence se saca el pene ya erecto por el busto de Ashley y se lo pela, Ashley se lo mide con el brazo y, satisfecha, comienza a chupárselo desesperadamente, y todo acabó con que dicho acontecimiento fuera registrado por los periodistas y por aficionados y además transmitido en directo en las pantallas de la arena del Coliseo y en internet.

Desiderátum

En el planeta Venus del siglo XXXI, lugar donde se desarrolla la siguiente historia, podremos apreciar un ambiente híbrido entre la antigüedad y la modernidad debido a que muchas cosas siguieron igual a pesar de los avances tecnológicos, artísticos y culturales que acaecieron luego de abandonar el planeta tierra, como por ejemplo las diferencias socioeconómicas, los grupos terroristas, la inesperada presencia de las religiones y de bibliotecas con libros impresos en papel, además de otras menos significativas como la presencia de restaurantes y el trabajo presencial en contraste con el trabajo online. Aunque era de esperarse que las diferencias socioeconómicas perduraran al igual que la violencia, y en el caso de esta última no solo por parte de grupos al margen de la ley sino también como una faceta del ser humano, lo extraño del caso de las religiones es que estas nunca se pronunciaron acerca de que el hombre haya abandonado el planeta tierra, teniendo en cuenta que fue el suceso más importante de la historia de la humanidad después del renacimiento, sino que estas hicieron caso omiso y siguieron con sus actividades. Por otro lado, la presencia de las bibliotecas con libros impresos en papel es significativa si se piensa que dichos libros impresos en papel comenzaron a ser obsoletos desde finales del siglo XX y reemplazables por los libros digitales, se deduce que estos libros impresos en papel se mantuvieron en la sociedad a modo de ceremonia. El caso de los restaurantes es igualmente extraño, luego de la invención y la evolución de las esferas alimenticias que terminaron por volver obsoletos a los alimentos tradicionales, la industria alimentaria y los restaurantes siguieron funcionando de la misma manera a causa de que la comida se siguió consumiendo a modo de ceremonia como sucedió con los libros impresos en papel.

Alberto es un abogado y cuenta con 44 años de edad, en relación con su oficio se puede decir que sucede lo mismo que sucede con la religión y con las otras cosas anteriormente mencionadas, es decir, que su oficio es atemporal en la sociedad, pues mientras en una sociedad exista el crimen existirá la justicia. Alberto se encuentra en una biblioteca pública esperando a Cándido, el cual es un detective de la policía; en relación con Cándido se puede decir que cuenta con 45 años de edad y en relación con su oficio se puede decir exactamente lo mismo que del oficio de Alberto, o sea, que sigue siendo un oficio atemporal a pesar de los avances tecnológicos. Ahora bien, Alberto es un hombre de aspecto inmaculado, el tono de su cabello es blanco y su textura es eléctrica, sus ojos son negros y aunque no poseen venas brotadas, la esclerótica de estos tiene un afiebrado color amarillento, sus labios son escasos y de una textura que recuerda las hojas marchitas, está escrupulosamente afeitado,  su nariz es aquilina, sus cejas son delgadas a un mismo tiempo que son espesas y la contextura de su cuerpo es famélica y marcial; este hombre está vestido con una camisa manga larga de color blanco, un pantalón de color negro sujetado por una fina correa de color castaño y unos zapatos de color negro adornados con una formidable hebilla metálica que se entreve mientras este camina. Alberto se encuentra en el sexto piso de la biblioteca observando por un ciclópeo ventanal los contrastes de la metrópolis, con la atención erecta a la que induce el prejuicio que inspiran las bibliotecas, y pasados unos 15 minutos de espera aparece Cándido, Alberto le hace una seña con la mano para revelar su ubicación y Cándido se dispone en dirección hacia donde este se encuentra, pasando por una amplia sala llena de bibliófilos, bibliotecarios, androides y titánicos estantes saturados de magnos volúmenes. Ambos hombres se saludan con un apretón de manos y se disponen a visitar las atracciones de la biblioteca; Cándido tiene un aspecto muy similar a Alberto, y si Alberto tiene un aire de licenciado militar, Cándido tiene un aspecto de ilustrado beligerante; pues, Cándido es un hombre alto, su musculatura nos recuerda la contextura de los artistas marciales, su cabello posee el color de las tinieblas, está cortado de manera lineal y relampaguea férreamente por efecto del fijador, sus ojos son grisáceos y las cuencas en las que estos viven sumergidos están maquilladas de aridez y de insomnio, sus cejas se ven como el rugido de un tigre, su prominente mandíbula nos sugiere un hombre primitivo y el color sus labios pulposos no se diferencia de mucho del tono solar de su rostro, además, Cándido luce una gabardina de cuero de color negro, y por lo que se entreve, su pantalón es similar al de Alberto, también de color negro como son también similares sus zapatos a los de Alberto. «Tiempo sin vernos», dice Cándido apretando la mano de Alberto una vez hubo llegado, «¿cómo has estado?», pregunta Alberto con una leve sonrisa, «no me puedo quejar», responde Cándido y agrega, «¿y que ha sido de tu vida?», «pleitos y más pleitos», responde Alberto a la vez que hace un ademán con la mano para que ambos sigan por un pasillo, y lo hacen. «La última vez que estuve aquí fue para una exposición de fotografía acerca de las sociedades que han colapsado en otros planetas», comenta Cándido mientras ambos caminan por un silencioso pasillo sombreado tenuemente con luces doradas, cuyo techo era alto y cuyo piso estaba adornado con una monumental alfombra de color negro, «¿y qué tal estuvo?», pregunta Alberto, «interesante, incluso vino la prensa para admirar la exposición y la cátedra de historia», responde Cándido, «yo opino que debieron esperar más tiempo, es decir, que aunque tenían la posibilidad de llegar e instalarse en un planeta determinado, la cuestión era exactamente esa, que tenían la posibilidad y no la certidumbre. Incluso los más calificados historiadores e investigadores tuvieron la oportunidad de viajar a los planetas en cuestión y solamente apoyados por las más grandes empresas dedicadas a este tipo de expediciones, es decir, que, si se toma con rigor el asunto, incluso hoy en día el viaje al espacio exterior sigue siendo una cuestión en la que hay que tomar máximas precauciones», opina Alberto, «se dice que en aquel entonces la comunicación por medio satelital era mucho más arcaica, y que los datos que se pudieron obtener eran muy poco ilustrativos a causa de su escasa resolución y por lo tanto poco confiables, sin embargo, la cantidad inaudita de pruebas terminó por convencer al vulgo de la desgracia mientras que las entidades que se ocupaban del tema guardaron silencio; con el tiempo los expertos estimaron que las vidas humanas que se extinguieron en esas expediciones doblaba la suma de vidas humanas que se podían contar en el planeta tierra», expone Cándido, «entonces tenemos entendido lo mismo», dice Alberto y continua, «por mi parte yo nunca he salido de Venus, y ahora que hablamos de calamidades me parece que Venus no pasa por su mejor momento», comenta Alberto, «sé a qué te refieres y a donde quieres llegar», interrumpe fríamente Cándido, a lo que Alberto responde con un corto silencio y prosigue, «la sociedad venusina se encuentra demasiado agitada y me da la impresión de que esto se debe a que la sociedad moderna es mucho más grande que la sociedad que existía en el planeta tierra, la cual se abandonó en medio de un colapso, a lo que me refiero es a que el volumen de la sociedad moderna necesita un tratamiento de acuerdo a sus necesidades, puesto que si es cierto que se ha creado más sociedad desde que se abandonó el planeta tierra, también es cierto que se ha destruido en la misma medida», «a eso me refería», exclama Cándido y dice, «creo que la idea de que la sociedad en la que vivimos pueda llegar a colapsar es una idea verosímil, puesto que uno se figura la historia solo por sus parte álgidas, es decir… ¿cómo no podríamos imaginar que en algún momento, dos hombres como tú y como yo tuvieron esta misma charla en alguna de esas sociedades que colapsaron?», «seguramente sucedió», exclama Alberto, «a diario o soy testigo, o me entero o soy parte activa de allanamientos, de extorsiones, de condenas, de secuestros, de asesinatos…», comenta Cándido observando la puerta que daba fin al suntuoso pasillo y concluye, «y me parece que es excesivo no solo por lo supurativo de la violencia, sino por la imagen global que arrojan estas cifras, y en otro orden de cosas, es de suponer que la paranoia que ha generado el encabezado “sociedades colapsadas” tenga a muchos con la idea de emigrar a otros planetas», «sin embargo hay una mayoría que afirma que el presente es mucho más eficiente que el pasado», objeta Alberto y prosigue, «es posible que este caos sea un efecto secundario del progreso como lo son los dolores de un parto…», ambos interrumpen la charla al terminar de recorrer el pasillo y penetran en una excelsa sala de exposiciones.

La atmosfera de la sala está suavemente ahumada con música docta contemporánea, la cual acompaña una exhibición de pinturas y de fotografías acerca de temas bélicos relevantes en Vila, la ciudad donde se encuentran Alberto y Cándido; además, también se alcanzan a apreciar vastas esculturas que retratan casos históricos en que la experimentación con seres humanos tuvo lamentables efectos secundarios, como también pinturas acerca de la cultura que floreció con la tecnología androide y otras curiosidades del siglo XXXI como el súmmum de la clonación. Cándido y Alberto recorren la galería observando las obras artísticas con mediana atención y pasados algunos minutos Alberto comenta, «un poco trágico, ¿no lo crees?», «efectivamente», responde Cándido y sugiere, «¿qué te parece si debatimos al respecto?», «tu dirás», responde Alberto, «¿qué es lo sublime?», interroga Cándido, «supongo que es lo máximo de lo positivo, como lo es la verdad», responde Alberto sin apartar la vista de la exposición, «bueno, ya que has diferenciado de manera subliminal el concepto de lo positivo como una cuestión moral del concepto de lo positivo como una parte opuesta a otra, pregunto, ¿puede haber algo inmoral que se pueda considerar como sublime?», indaga Cándido, «para poder responder a esa pregunta es necesario tener la certidumbre de que la moral de la que se habla es sublime, y según tu definición de lo sublime, esta moral no podría ser otra cosa que una doctrina lógica para poder ser considerada como tal, por lo que se deduce que si no fuera una doctrina lógica entonces sería una mentira y es bastante sensato creer que no hay mentiras sublimes, y en el caso de que se siguieran las leyes de una moral que no se puede considerar sublime por su falsedad sería estar bien apartados de la sublimidad y mucho más próximos al fanatismo; por dichas razones concluyo que un acto puede ser inmoral y sublime siempre y cuando la moral este en un error de acuerdo a las leyes de la lógica, y que quien la transgreda cuente con el favor de la verdad», argumenta Alberto mientras observa a los demás visitantes de la exposición y continúa, «no obstante, deduzco que lo que tu pregunta insinúa es que es factible creer que los actos perversos puedan ser sublimes dado que existe cierta clase de belleza en lo inmoral», «son aseveraciones, no podrías comprobar que yo haya pensado semejante cosa», objeta Cándido mientras ambos siguen recorriendo la sala de exposiciones, «tampoco podría comprobar que ha sido el matiz funesto de la exposición lo que te ha inspirado para iniciar el debate», objeta Alberto plácidamente, «no importa que no lo puedas comprobar», exclama Cándido y añade, «en el caso de que yo haya querido decir que hay un tipo de belleza en lo maligno, opino que la belleza se puede manifestar tanto en el bien como en el mal, es como pronunciar una falacia con todas las galas del buen decir o expresar una genialidad a los trancazos», «o sea que el bien o el mal pueden ser parte de un todo en el que la belleza puede verse o no incluida», conjetura Alberto con desgano, «indudablemente», responde Cándido mientras se aparta de Alberto para observar un video bélico que se reproduce en un estante de oro de la misma manera en que los bustos de los filósofos se presentaban en bases de mármol en la antigüedad, y continúa, «también es válido pensar que en realidad no hay belleza en lo maligno en sí, sino que es nuestro gusto el que lo hermosea, como también es válido pensar que la belleza del mal consiste es en la manera en que este se expresa o la manera en que este es retratado», «lo mismo podríamos decir de la bondad, que no es que la bondad sea divina en sí, sino que todo radica en nuestros gustos y en la forma en que esta se expresa o en la forma en que esta es retratada», comenta Alberto, «en este apartado es muy sencillo concluir que se tilda de sublime aquella de las dos que es más conveniente, y que es harto elocuente elegir lo más conveniente», concluye Cándido. Habiendo recorrido la sala de exposiciones y luego de dejar algunos comentarios a los artistas, Alberto y Cándido se dirigieron a la delicatessen, compraron licor y algunos pasteles de hojaldre con lonchas de jamón y de queso, y luego se dirigieron a una sala donde proyectan videos de interés general para comer y descansar. Ya en la sala de audiovisuales nuestros protagonistas se encuentran con una proyección en 3D sobre la historia de la llegada del hombre a Venus y ambos se sientan en unos puestos al final de la sala; en la sala, que estaba a oscuras, había otros individuos durmiendo, otros cuantos observando las proyecciones y algunos otros absortos en sus aparatos de realidad virtual. Cándido y Alberto consumen su merienda mientras observan videos sobre la historia de Venus y sobre las novedades artísticas y culturales de Venus y de otros planetas con los que Venus tiene un contacto estable. Luego de una hora poco más o menos, Cándido recibe una llamada de emergencia del departamento de policía al que pertenece, por lo que se retira de la sala para poder hablar cómodamente; Cándido se queda de pie por largo rato enviando documentos y discutiendo con sus colegas acerca de los más corruptos casos, y pasada otra hora poco más o menos, Cándido hace una seña a Alberto para que se marchen de la biblioteca, puesto que la llamada era importante y ya se acercaba la hora a la que la biblioteca cerraría.

Ya en la calle y al caer la tarde Cándido termina su llamada y Alberto comienza a fumar (otra de las curiosidades anacrónicas del siglo XXXI) y, acto seguido, ambos se disponen a deambular por Vila. Vila es una ciudad relativamente pequeña, con una población estimada de 6 millones de personas aproximadamente, su economía es notablemente prospera, aunque no es ciertamente un atractivo turístico debido a que una parte de su economía se debe a dineros mal habidos y otra parte a la brutal industrialización, eso sin contar la miseria extrema en la que vive cierta parte de su población. Luego de caminar algunas calles repletas de vendedores ambulantes e indigentes, Cándido y Alberto llegan a una anchurosa avenida donde el tráfico se había paralizado y ambos se disponen a caminar en un andén ubicado al lado de la avenida y con un soberbio ocaso a sus espaldas, difuminados por la muchedumbre y azotados por un ambrosíaco vendaval; «hablábamos de lo conveniente, acerca de que la bondad es sublime porque es más conveniente que la maldad y es por lo tanto más lógica, sin embargo, es fácil deducir que la maldad es conveniente para la parte que la perpetra e indeseable para la parte que la sufre, y planteada así la cuestión se puede discernir que la maldad es sublime para el primero, puesto que para él esto es lo conveniente y es por lo tanto lo lógico, no obstante, una definición más amplia de la moral nos puede explicar la supuesta falacia de este apartado», opina Alberto mientras inhala el vaho que desprende la horda y que se mezcla con el fragor del tráfico y continua su discurso, «la moral es un compendio de conductas que pretenden proteger la dignidad no solo del individuo sino del colectivo, por lo que la divergencia que surge es reemplazada por los intereses generales, y puede colegirse de lo dicho que el victimario ha sido protegido desde siempre por la moral, del mismo modo que ha protegido la dignidad de su víctima», «se me viene a la mente la idea de que no solo la moral pueda tener sus quiebres ante la leyes de la lógica como en los casos en los que esta no es sublime, sino también que la dignidad de un individuo se pueda ver pisoteada por ser de una naturaleza caprichosa, y que quien lo vulnera lo hace como una reacción ante el absurdo», comenta Cándido, «espléndido», exclama Alberto y continua, «en relación con el ejemplo que acabas de exponer, quiero añadir que es necesario clasificar los actos perversos para entender mejor tanto a la víctima como al victimario. Los actos perversos se pueden clasificar de la siguiente manera: los actos perversos que son producto de la ignorancia, los actos perversos que son producto de la venganza, los actos perversos que son producto del sadismo y los actos perversos que son producto de intentar resolver el caos. Basados en el primer punto, aquel que versa sobre los actos perversos producto de la ignorancia, podemos figurarnos que el personaje de tu ejemplo cuya naturaleza es caprichosa puede ser o no consciente de su capricho, es decir que, según su dictamen, él está actuando de manera lógica y moral o, por el contrario, ser consciente de que está haciendo o diciendo algo indebido. Siguiendo con tu ejemplo y en relación con quien vulnera al individuo cuya naturaleza es caprichosa, se puede decir que es posible tanto que este resolviendo la errata como es posible que esté utilizando el estupor del individuo para dar rienda suelta a su sadismo, como también se puede considerar sádico que el primer individuo cometa actos indebidos por capricho y a consciencia. Para condensar lo dicho opino que puede darse el caso en que la moral posea puntos débiles en relación con las leyes de la lógica y que sean las personas quienes procedan sublimemente, o que puede darse el caso en que la moral sea en suma sublime y que sean las personas quienes procedan erróneamente de acuerdo a las leyes de la lógica», «quiero traer a colación el término “inocencia”», objeta Cándido mientras evita algunos escombros que se encuentran en el piso y continúa, «¿no es inocente aquel que comete un crimen siendo ignorante de que lo comete?», «sin duda», responde Alberto, «¿y no consiste la inocencia más que en la ignorancia?», pregunta Cándido, «únicamente en la ignorancia», responde Alberto, «ahondemos todavía un poco más», dice Cándido, a la vez que mete sus manos en los bolsillos de su gabardina y continua, «cabe anticipar aquí que el término “inocencia” significa que alguien es libre de culpa, aunque otra acepción sugiere que es sinónimo de cándido, y es justamente cándido por la ignorancia y por la inexperiencia, ¿y no son la ignorancia y la inexperiencia el negativo del conocimiento y la experiencia?», «la ignorancia y la inexperiencia son antónimos del conocimiento y la experiencia respectivamente», responde Alberto, «y apelando a la acepción del término inocencia que denota una cualidad de cándido, ¿cómo podríamos tomar por sublime a la inocencia cuando es el negativo del conocimiento y la experiencia?», indaga Cándido, «no podemos tomar por sublime a la inocencia en ninguna de sus acepciones, me figuro que es una cualidad muy somera», responde Alberto.

Luego de una caminata por la avenida, Cándido y Alberto terminan por llegar a un gran puente y se ubican en el andén de este para admirar el paisaje desde lo alto; ambos observan los rápidos de carros y de naves cuyas luces se avivan con la caída de la noche y encuentran en la polución del ambiente una insolente nostalgia. «Me temo que hay puntos débiles en nuestros enunciados», dice Cándido, retomando el debate, «¿a qué te refieres?», pregunta Alberto, «verás, habíamos dicho que el conocimiento es el negativo de la ignorancia», expresa Cándido y anota, «pero a esto se puede objetar que no se puede saber todo y por lo tanto algo se ignora, y siendo esto así, nada impide afirmar que todos seamos ignorantes e inocentes y por lo tanto ajenos a la sublimidad, pero esto es más similar a un puzle que a un razonamiento serio, porque no se puede decir que ese rascacielos no es alto solamente porque no recorre todo el universo», «ciertamente», opina Alberto y añade, «pero creo que nos hemos desviado por los prejuicios acerca del aire grave y solemne que debe tener aquello que se considera sublime; al comenzar estas reflexiones señalé que lo sublime es aquello que es máximo y positivo, como lo es la verdad a la mentira o como lo es la luz a la oscuridad, pero me figuro que hay otros asuntos que pueden llenar los requisitos de lo sublime como la economía, ¿qué opinas al respecto?», «pues, siendo la economía lo contrario de la pobreza y la primera deseable y conveniente y la segunda indeseable e inconveniente, además de provechosa tanto a nivel individual como colectivo, no veo porque no se la pueda considerar como sublime», responde Cándido, «será porque la economía hace parte de un todo en la sociedad, al igual que concluimos acerca del tema de que puede haber belleza en lo moral o en lo inmoral dado que en esos casos la belleza se ha presentado como parte de un todo», dice Alberto, con un velo de cabellos revueltos por el céfiro nocturno y continua, «no se necesita mucho seso para concluir que la mera economía no sería suficiente para determinar que una sociedad fuera sublime, me parece que otros factores esenciales podrían ser la tecnología, el arte, la cultura o los recursos naturales», a lo que Cándido responde mientras observa el carro que viene a recogerlo, «Alberto, la cuestión ahora parece muy evidente, la definición de lo sublime tiene un aspecto minimalista, pero a la hora de aplicarla a cualquier cosa se vuelve compleja al punto de que estamos imaginando una utopía; quizá la idea implícita que tenemos de lo sublime como un todo formado por diversas partes se forma en nuestra mente por la sensación que nos inspira la experiencia, y en el momento en el que intentamos transponer la sensación que nos inspira la experiencia a otra cosa como a una ciudad, se vuelve imposible porque la ciudad no es un todo en el estricto sentido de la palabra como lo son nuestros cuerpos. En cuanto a la idea de que la verdad es sublime en relación a que tenemos un concepto de lo sublime gracias a la sensación que nos inspira la experiencia, hay que tener en cuenta que para que esta verdad sea sublime y sea expresada satisfactoriamente se necesitan otros factores como un idioma, un alfabeto, ortografía, gramática, retórica, lógica, oratoria y experiencia, y siendo cada uno de estos factores un mundo, es de esperarse que si esto mismo se aplica a una ciudad, que como ya he mencionado no es un todo en el estricto sentido de la palabra, se vuelva una cuestión utópica», «impecable», comenta Alberto con una leve sonrisa. Un carro lujoso y antiguo de color rojo llega a recoger a Cándido, por lo que ambos hombres se despiden con un apretón de manos, y un momento después el carro se pierde en el oleaje del tráfico nocturno junto con Cándido; por su parte, Alberto tira la colilla de un cigarrillo y se dispone a encender otro para seguir absorto en las más draconianas disertaciones.

Inmortalidad

El señor Abraham tiene 55 años de edad, es un hombre de las tinieblas que se ha retirado sano y salvo de sus siniestros negocios con una jugosísima fortuna ya hace algún tiempo, por otro lado, su hijo John tiene 14 años de edad y es hijo de la hija de uno de los secuaces de su padre, un rufián que se hace llamar Micifuz, si bien no era la intención de este hombre que el señor Abraham se fijara en su hija cuyo nombre es Hilda, Micifuz no hizo la más mínima repulsa a la hora de dejar a Hilda a merced del señor Abraham, ya sea por miedo o por interés, y el señor Abraham no solo impresionado por la virtuosa beldad de Hilda sino también por sus prematuros atributos y su elevado talento para el puterío, pues, la dejó preñada a los 13 años de edad, y no teniendo más la cándida ilusión acerca de la familia que en un pasado tuvo, fundó una familia con John e Hilda. El señor Abraham era de ese tipo de hombres que olía a mundo, a sangre y a glamour, incluso la natural parsimonia que adopta en ocasiones la gente con los años hacía imaginar a quien lo mirara por largo rato, el velo de llagas de su obscura vida, en relación con su aspecto, era un hombre alto, barbado, robusto a punto y sin ser grasiento, como un mercenario, su cabello era negro y eléctrico, y sus ojos eran venosos y maquillados con las más despreciables ojeras, el señor Abraham no era un hombre brillante pero estimaba de lejos al hombre intelectual, por lo que se puede deducir que su concubinato con Hilda se debía a un sentimiento similar, o sea, que era más un tributo a su belleza que un capricho erótico. Se advierte al lector que la siguiente historia se desarrolla en el siglo XXXI, en Venus.

Luego de una tarde de clase de filosofía, una voz femenina en el estudio del joven John anuncia que la clase ha terminado e invita al doctor Eustaquio y al joven John a pasar al comedor para cenar; acto seguido ambos se levantan de sus respectivos asientos, se desperezan y se van caminando en silencio por un neblinoso pasillo hasta que llegan al comedor donde se encuentran charlando el señor Abraham y la joven Hilda, y ambos se sientan; el comedor era vasto, más largo que ancho y en el ala izquierda del comedor estaban algunos de los secuaces del señor Abraham charlando y carcajeándose grotescamente. «John, ¿cómo te ha ido en la clase?», pregunta austeramente el señor Abraham, «bien», responde lacónicamente John, con un dejo precoz que denota hilaridad y disciplina. El doctor Eustaquio creía que el señor Abraham intentaba equilibrar su no tan pasada vida criminal simulando con desgano una vida clásica y que este contraste lo practicaba como un ínfimo fetiche que lo haría saborear el amargo éxtasis del pasado. «Aunque a un precio muy alto, hoy en día es posible concebir la idea de ser un inmortal», comenta el señor Abraham, «primero se desarrollaron los androides, se degeneró la humanidad y se pudo vivir en el espacio exterior», responde el doctor Eustaquio y continúa, «no creo que la gente quiera ser inmortal, creo que le tienen miedo a la muerte porque la muerte se asocia al dolor, creo que la gente quiere obtener lo que desea y que la idea de vivir para siempre es lo último que se figuran, no obstante, supongo que usted piensa que la gente no desea la inmortalidad porque es una idea irrealizable, en otras palabras, el fatalismo en este sentido sería un sentimiento hipócrita e inducido por el sentido común que advierte la imposibilidad de la inmortalidad», «no es ese mi dictamen, doctor Eustaquio», comenta el señor Abraham y prosigue, «pienso que sería muy curioso y muy morboso ver un adelanto tecnológico semejante, aunque ahora que lo menciona… pienso que se puede disertar de manera más estricta sobre el tema de la muerte en relación con la inmortalidad. Pues bien, pienso que el hecho de superar el “obstáculo” de la muerte no nos exime de los inconvenientes naturales de la vida como las deficiencias intelectuales, el arte de las finanzas, la violencia en la sociedad, etc. «me atrevo a aseverar que la inmortalidad sería recomendable en el caso de que la persona pueda darse una vida fastuosa, por lo que se deduce que la inmortalidad sería contraproducente en el caso de que la persona lleve una vida menesterosa», opina el doctor Eustaquio, «son ese tipo de detalles los que impiden que los androides practiquen abiertamente la filosofía, me explico: su respuesta da por hecho que es la fastuosidad lo que enardece la vida de las personas y la miseria lo que las percude, y sin ánimo de contradecir a diestra y siniestra acepto que su respuesta se acerca mucho a lo que entiendo por cierto, pero pienso que estos dos factores hacen parte es del ecosistema en el que se desarrolla el individuo, ya que este ecosistema influya en mayor o menor medida en la vida de las personas es otro asunto», objeta el señor Abraham, «entiendo», replica el doctor Eustaquio y continua, «a lo que se refiere es a esas “huellas digitales” de la personalidad, unas veces hechas virtud y otras veces hechas vicio, esas huellas son las que llenan a quien nada posee, y que podrían inclinar a la muerte o a la inmortalidad sin razón aparente, es lo que lleva al idilio, a la inactividad, a la destrucción, al perfeccionismo, etc. Esto es lo que impide que los androides filosofen, puesto que no es algo que se emule con datos o con la razón, sino que es una tendencia aleatoria del carácter» «Sin embargo, veo muy factible que la inmortalidad se vuelva una realidad, y dado que ahora tengo tanto tiempo libre me he puesto a meditar al respecto, he pensado que quizá llegue ese día y que puede suceder un “apocalipsis” similar al que sucedió en la antigüedad cuando la tecnología androide estaba en gestación», concluye vagamente el señor Abraham. Dos sirvientas androides entran en el comedor y sirven la comida, ambas están desnudas y usan sandalias de tacón, sus bustos están a la altura del ombligo y su cabello es blanco y está a la altura de las nalgas; la comida es una esfera cristalina un poco mas grande que el puño de un hombre, esta comida produce los sabores que desee quien la come y llena y nutre de acuerdo a las necesidades de quien la come. «¿Apocalipsis?», pregunta irónicamente Hilda, hace una pausa y continúa, «hay estupideces históricas, estupideces cuya noticia llega hasta  nuestros días, no podemos darle valor a unos hechos ficticios suponiendo que el valor de estos sucesos equivalga a la sensación de peso que produce la suma del tiempo que ha transcurrido desde que sucedió hasta el día de hoy, ¡es una ilusión!», «es como pensar que soy menos porque he vivido menos», interrumpe John con su esfera en la mano y listo para clavarle el primer mordisco y prosigue, «aunque entiendo que hay cosas que evolucionan con el tiempo como el talento y otras cosas que con el tiempo se pudren como la comida…y en el caso de esta última deduzco que por eso ha sido reemplazada por estas substanciosas esferas», John concluye y muerde la esfera, luego los demás comienzan a comer. Luego de terminar de comer las esferas las sirvientas pasan a recoger platos, la familia se despide del doctor Eustaquio, el señor Abraham e Hilda suben a su dormitorio, mientras que John, acompañado de una sirvienta, acompaña a el doctor Eustaquio hasta la salida.

Reencuentro

Benjamín iba a visitar la tumba de su difunta esposa el fin de semana y citó a su amigo Omar para que lo acompañara puesto que hacía mucho tiempo que no se veían y quería aprovechar la ocasión para el reencuentro; de estos dos individuos se puede decir en resumidas cuentas que son arquitectos consagrados, por otro lado, debo advertir al lector que el siguiente relato transcurre en el siglo XXXI. Omar y Benjamín van en un carro de lujo que es conducido por una computadora. «¿Ya hace cuanto que murió tu esposa?», pregunta Omar a Benjamín, rompiendo un silencio de algunos minutos luego de entrar al carro, «3 años y medio», responde Benjamín, inmóvil, sin retirar la vista del paisaje que se le presentaba a escala de grises por la ventana del carro y prosigue, «hace rato ya que no nos veíamos…mi vida se ha tornado un tanto solitaria desde aquel entonces », «¿y esto se debe a la muerte de tu esposa?», pregunta Omar, «en eso pensaba… aunque frecuento clubes nocturnos lo hago como un espectro silencioso, es como una melancolía reposada y remisa al melodrama; cuando no vagabundeo en mi casa lo hago por las calles más bulliciosas y comerciales de la ciudad, unas veces más como un santo que como un filósofo y otras veces como un férreo calderón», recita Benjamín, «es como la vida que llevábamos de jóvenes pero con ese aroma adulto, y quizá te inquieta ese aroma por la costumbre de algunas personas de exteriorizar emociones que no concuerdan con su estado de ánimo, pues, que la gente no vagabundee por las calles no nos confirma el hecho de que no vagabundeen en su mente, a menos que quieras creer que son santos en vez de abstemios los individuos que viven en esos pabellones, esto es como confundir la sonrisa con la felicidad», «cuanta elocuencia», exclama Benjamín; ambos se quedan en silencio por un rato y mirando el brillo impersonal de las gafas del otro como si se estuvieran mirando a los ojos.

Luego de un sordo y veloz viaje llegan a un camposanto que se encontraba ubicado en lo alto de una glacial colina y retirado de la urbe; el carro pasa por una regia entrada y recorre un camino luengo y adornado con árboles paradisíacos; llegan al lugar en cuestión, bajan del carro y se van caminando en silencio, leyendo mentalmente las fechas y nombres inscritos en las lápidas hasta que llegan al lugar en el que se encuentra la difunta esposa de Benjamín; Omar se sienta en un banco destinado para los visitantes mientras que Benjamín se queda de pie, y luego de un rato dice: «¿y de qué sirve la elocuencia?, ¿de qué sirve tener la razón si es aquí donde terminamos?», pregunta Benjamín como quien desea disertar por deporte, «bueno, la cuestión es similar al hecho de saber a ciencia cierta como llegar a este camposanto, quizá si no hubiésemos utilizado el carro y nos hubiésemos tomado la molestia de llegar hasta aquí sin dirección, quizá algún día y con mucha dificultad hubiésemos llegado, aunque también es posible que no hubiésemos llegado nunca, aun si estuviésemos muy cerca, y claro está, contando con el hecho de que tu no supieras la ubicación exacta del lugar, o mejor aún, que no tuvieras ni el más mínimo indicio de donde queda este camposanto, y que mi caso fuese en suma, igual al tuyo; supongo que la dirección equivaldría a la razón en este caso y que el camposanto, y vaya extravagante ejemplo, equivaldría a los objetivos que tenemos en nuestra vida», responde Omar, «¿y entonces qué es el método?», pregunta Benjamín, «eso es una pregunta capciosa… me explico, el método es método porque utiliza la razón para realizar una tarea por completo, ya sea una ciencia o un arte determinado, lo que ocurre es que sin darte cuenta, cuando dices “tener la razón” piensas es un debate y que este debate se gana es con la razón, entonces no encuentras una conexión entre la razón y el método, pues en el debate no vemos el método, lo que “vemos” es argumentos, más sin embargo este método existe aún si las personas que debaten no son conscientes de este método», responde Omar, «lo acepto, la pregunta tuvo una mala intención, pero eso de que las personas utilizan un método sin saberlo me parece que es como que muchos cantan sin ser cantantes, es lo que se conoce como empirismo», responde Benjamín, «o que muchos piensan sin ser filósofos» comenta Omar y prosigue, «y ahora que hablas de arte, se me hace muy pertinente reforzar mi posición a favor de la razón con la constancia, porque como has dicho, hay quienes cantan sin ser cantantes, este empirismo se alimenta de la constancia pero imita un método que desconoce, análogamente, el cantante que es un estudioso del método debe someterse a la experiencia, de aquí que resulten aficionados y teóricos respectivamente», «¡pendejo!», exclama Benjamín y prosigue, «Omar, no es por desmeritar tu elocuencia, pero creo que lo que tratas de decir es que los argumentos funcionan metódicamente, pero creo yo que el uso metódico de los argumentos para resolver preguntas sobre el tema que sea, es lo que se entiende por razón, y que si ha quedado claro que el método no es la razón sino que la razón se utiliza metódicamente también cabe aclarar que el conocimiento no es ni razón ni método sino información, y me atrevo a aseverar que es con esta información que se razona metódicamente, concluyamos, entonces, que el método no es la razón en si mismo, ni tampoco es sinónimo de razón, que el método es el molde en el que se hornea la razón y el talento, pues, de acuerdo a los ejemplos que hemos expuesto, y que aquel que utiliza la razón, es decir, aquel que utiliza metódicamente los argumentos se le tiene por filósofo del mismo modo que aquel que utiliza metódicamente su talento se le tiene por artista»,  «has zangoloteado mi pompa», exclama Omar a la vez que retira las gafas aceradas de sus ojos y ambos ríen discretamente por largo rato.

El camposanto tenía un aspecto paradisíaco y primaveral, el día estaba tenuemente soleado, aunque el clima era diamantinamente gélido y la corriente de aire parecía estar muerta. «haciendo de lado los prejuicios acerca de la muerte», dice Benjamín retomando la charla luego de un rato mientras ambos contemplaban el paisaje, «me causa gracia pensar que si yo hubiese sido el difunto y mi esposa la viuda, mi fúnebre silencio le hubiera sacado en cara a ella el tamaño de mi verga en el caso de que se le hubiese ocurrido venir con un amante, ya sabes… la vanidad», «quizá te causa gracia porque esa idea es de ese tipo de ideas que todos conciben pero nadie expresa, sin ánimo de retomar el psicoanálisis», responde Omar y agrega «recuerdo que su busto era el más grande que jamás haya visto, no puedes quejarte, y no entiendo…bueno, si entiendo, pero me parece extravagante esa mezcla de dramatismo y de sexualidad en la que siempre te me presentaste», «tal vez tu psicoanálisis tenga sus motivos», comenta Benjamín, hace una pausa aleatoria y continúa, «pues, retomando tus apreciaciones acerca de que yo pueda creer erróneamente que son santos en vez abstemios aquellas personas que vivían en aquellos pabellones; serán facetas de la personalidad, creo yo»; ambos callan. Luego de una ascética contemplación del paisaje por largo rato, ambos se levantan del banco y suben al carro para partir del camposanto. Ya en el carro: «¿No has pensado “rehacer” tu vida?, digo… conocer otras mujeres con intenciones formales o hacerte a un androide femenino», pregunta Omar a Benjamín, «ya me esperaba ese tipo de pregunta; un día eres joven y al otro día eres viudo y buscas rehacer tu vida con androides», responde Benjamín sarcásticamente, «es como decía al principio, es el aroma de la vida adulta, es como la vida de los niños pero a escala», objeta Omar; el silencio se adueña de la escena, el viaje se alarga innecesariamente, el paisaje y las personas pasan delante de sus ojos como una película muda y a toda velocidad, incluso las sicalípticas ciudadelas subterráneas parecían diluvios de poesía bohemia. Llegan al lugar donde vive Omar al atardecer, este se baja del carro, la puerta se cierra, Omar hace un ademán de despedida con la mano y el carro arranca.